martes, 5 de octubre de 2010

Un cine cansado


Un pintor en crisis mata casualmente a su pareja. El shock del momento –suponemos– mueve al artista a colocar a la mujer en la bañera para conservarla con hielo durante un par de días más o menos. Y ya no revelamos más de la historia para no arruinar lo sorprendente –porque lo es en parte– que puedan encontrar en ella. 

¿Qué pasa aquí? ¿Qué cine es Ella? Realismo supuesto en el que un sujeto encuentra el mecanismo decisivo de la inspiración artística en la muerte, pero más precisamente, en el cuerpo de una mujer joven, obsesión de tintes necrofílicos ya explorada sin suerte alguna por Francisco Lombardi en la anterior y olvidable Un cuerpo desnudo.

No es la muerte en sí como concepto abstracto sino físico a través del cadáver, lo que es un elemento catalizador que transforma a los personajes masculinos que están alrededor. Pero esto, interesante en el plano de las ideas, puede acabar en desastre si no se asume un riesgo cinematográfico –y Lombardi, francamente, es un cineasta que no suele arriesgar mucho–.

Con algunos minutos de interés, Ella termina disolviéndose en un desarrollo cansino, plano y monocorde, en lo argumental y en lo visual. En un trabajo de pocos personajes –resulta que estamos ante lo que podría ser una película de cámara— y con un escenario principal que es la casa del pintor –un lugar que debió haber sido de elección cuidadosa—, los momentos de intensidad cinematográfica, en los que la cámara y sus movimientos debieron crear un nexo efectivo entre los espacios del ambiente, los personajes –que debieron haber sido ‘fuertes’, en el sentido más bergmaniano del término, no igual, sino cercanas a esas coordenadas, para lo que se hubiera requerido de actores con una intensidad menos normal— y la materialidad del cuerpo femenino –según lo que propone la misma película–, para elaborar una propuesta que tuviera al menos cierta particularidad, es inexistente.

Tal vez el más hermoso de los oficios, el de cineasta, se ve reducido a una labor de ilustración básica de un guión que apuesta un poco más, es cierto, al silencio de los personajes para dar paso a acciones no habladas, pero que se asfixia a sí mismo en la búsqueda del giro argumental y en la obediencia debida al clasicismo del ‘contar una historia’. Buscando su modernidad, el filme cae, paradójicamente, en una suerte de academicismo.

Las buenas o grandes películas nos dejan algún descubrimiento. Pero Ella solo ralentiza en imágenes vacías –esto es lo peor tratándose de un director con experiencia y que se autocalifica de cinéfilo— el sufrimiento de un tipo a quien le quedan pocos remordimientos de lo que hizo.

Un imperdonable final, con resonancias 'edificantes’ –tal vez un apunte irónico en medio de la tragedia–, donde el pintor y el joven amante de su pareja se unen para dejar ir el cuerpo de la perturbación, es el corolario de una producción marcada por la indiferencia.


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