miércoles, 30 de mayo de 2012

El manicomio, verdadero templo del amor



La realización de apariencia amateur, casi primitiva, apenas es un defecto cuando las imágenes son tan contundentes en Un lugar en la tierra, de Artur Aristakisian.

Una microcomunidad en un piso abandonado de Moscú. Todos viven para todos. Es el ‘ámense los unos a los otros’ con rastros de hippismo y practicado en su máxima radicalidad en medio de la pobreza, el abandono y la pasividad. Los tullidos, vagabundos y enfermos son amados sin el menor reparo en ese lugar, uno en la tierra, donde María, enferma de las piernas, indigente y sucia como un gato callejero, arriba en búsqueda de amor.

La dureza de las imágenes nunca es un espectáculo de la miseria. Lo que hay es una conciencia cercana a lo místico guiada por la idea del despojamiento, donde descansa una forma de sabiduría –el guía espiritual del grupo llega a decir en un momento que “el manicomio es el verdadero templo del amor”–. Esta dureza es, así, belleza en estado salvaje y toca el lirismo por la intensidad del drama observado.

Aristakisian, revelador secreto del cine ruso –nació originalmente en Moldavia y solo tiene dos largometrajes: el anterior, Ladoni (1993), es un filme ensayo sobre la pobreza—, explora ese pequeño universo ‘tugurizado’ con cámara en mano y en blanco y negro, encadenando escenas con una lógica algo caótica que se aleja del determinismo del cine actual. No es apto para los que buscan diversión.
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